Cuando en una fiesta criolla hacen su aparición los tropilleros, nadie puede distraer su atención al ver el espectáculo que ofrecen hombres y caballos moviéndose en perfecta armonía. El tropillero, hombre ducho y paciente, para demostrar la mansedumbre que ha conseguido de sus animales con tiempo y destreza, los hace girar en círculos frente al público, hace alinear a ésas nobles e inteligentes bestias con órdenes claras y un suave chiflido que se les ha hecho familiar. Y después de lucirlas, se va yendo con la yegua madrina adelante, que lleva en el cogote haciéndolo sonar, el cencerro que reconoce su tropilla.
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